Relativismo Moral y Verdad Absoluta: Una Perspectiva Bíblica y Adventista Frente a la Crisis de Valores Contemporánea
En un mundo donde los valores se diluyen y la verdad parece ser cuestión de opinión, el relativismo moral se ha convertido en una de las corrientes más influyentes del pensamiento moderno. Este artículo examina, desde una perspectiva bíblica y adventista del séptimo día, el origen, desarrollo y peligros del relativismo moral, contrastándolo con la verdad eterna revelada por Dios en su Palabra. A través del análisis de las Escrituras, el mensaje de los tres ángeles y el consejo inspirado de Elena G. de White, se expone cómo el pueblo de Dios está llamado a resistir la confusión ética de estos tiempos y a vivir conforme a principios inmutables. Una reflexión profunda sobre la fidelidad, la educación, y la proclamación de la verdad en medio de una generación sin brújula moral.
6/29/202512 min leer


En los albores del siglo XXI, la humanidad experimenta una transformación cultural profunda. Las estructuras morales tradicionales han comenzado a desmoronarse frente a la corriente del relativismo moral, una ideología que sostiene que no existen normas éticas universales, sino que lo correcto o incorrecto depende del contexto, la cultura o el individuo. Esta visión ha calado en todos los ámbitos de la vida: la educación, el derecho, la política, la religión e incluso dentro de la misma iglesia. Frente a este fenómeno, el pueblo de Dios es llamado a proclamar con claridad y amor que la verdad sí existe, y está revelada en la Palabra de Dios.
¿Qué es el relativismo moral?
El relativismo moral es una corriente filosófica que afirma que los juicios éticos no pueden ser verdaderos o falsos en sentido absoluto, ya que carecen de un criterio objetivo válido para todas las personas y culturas. Lo moralmente correcto es, entonces, relativo a normas sociales, convicciones personales o condiciones históricas particulares.
Esta posición se ha desarrollado a lo largo de los siglos. En la antigua Grecia, los sofistas —como Protágoras— defendían que “el hombre es la medida de todas las cosas”, lo cual implicaba que no existe un patrón superior o universal para juzgar las acciones humanas. En la era contemporánea, el relativismo ha sido impulsado por el postmodernismo, que niega la existencia de verdades objetivas y universales.
Según Richard Rorty, filósofo estadounidense postmoderno, no podemos hablar de verdades absolutas, sino solo de “acuerdos temporales entre interlocutores” (Rorty, 1989). Esta visión ha permeado las instituciones modernas, promoviendo la idea de que toda opinión es válida, y que ninguna creencia moral puede imponerse sobre otra.
Sin embargo, si todas las opiniones son igualmente válidas, ¿cómo distinguimos entre la justicia y la injusticia, entre el bien y el mal? ¿Puede una sociedad sobrevivir sin una base moral firme?
El relativismo moral: negación de la autoridad divina
Desde la perspectiva bíblica, el relativismo moral no es solo un error filosófico: es una manifestación del espíritu de rebelión contra Dios. En el Edén, la tentación presentada a Eva fue precisamente relativista:
“¿Conque Dios os ha dicho…? No moriréis…” (Génesis 3:1,4).
Satanás cuestionó la veracidad del mandamiento divino, insinuando que el ser humano podía definir su propia norma moral. Desde entonces, la humanidad ha intentado establecer su propio sistema ético, desligado de la autoridad de Dios. El profeta Isaías describe este fenómeno con palabras contundentes:
“¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo!” (Isaías 5:20).
El libro de los Jueces muestra un escenario de caos moral cuando el pueblo de Israel se apartó de la ley divina:
“En aquellos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía” (Jueces 21:25).
Este espíritu de autonomía moral ha sido exaltado por el mundo moderno bajo la bandera de la libertad y los derechos individuales. No obstante, como advierte Alasdair MacIntyre en After Virtue (1981), el abandono de principios éticos objetivos lleva a la fragmentación social y al nihilismo moral (creencia filosófica de que no existen valores morales objetivos).
Relativismo moral y posmodernidad
El auge del relativismo está íntimamente relacionado con el desarrollo del pensamiento posmoderno, especialmente a partir de la segunda mitad del siglo XX. Los filósofos Michel Foucault y Jacques Derrida sostuvieron que la verdad no es más que una construcción social influenciada por relaciones de poder y discursos hegemónicos. Para Foucault (1975), lo que una sociedad considera “verdad” es el producto de fuerzas institucionales que ejercen control.
Desde esta lógica, todo sistema moral, incluyendo el cristianismo, es visto como una narrativa entre muchas, y por lo tanto no puede reclamar superioridad sobre otras cosmovisiones. En este marco, la Ley de Dios es percibida como opresiva, y el evangelio como una imposición.
El problema, sin embargo, es que al relativizar la verdad, se relativiza también la justicia. Si no hay una norma moral objetiva, ¿en qué se fundamentan los derechos humanos? ¿Con qué autoridad se puede condenar el racismo, la corrupción o la violencia? Como lo señala el teólogo protestante Francis Schaeffer, “cuando todo es relativo, nada es realmente importante”.
El relativismo moral en el contexto contemporáneo
El relativismo se ha convertido en una de las ideologías dominantes de nuestro tiempo, manifestándose en múltiples esferas:
Educación: muchos programas escolares promueven el pluralismo ético, enseñando que no hay respuestas correctas ni incorrectas, sino “formas diferentes de ver el mundo”.
Bioética: decisiones sobre aborto, eutanasia, reproducción asistida o identidad de género se basan cada vez más en el criterio individual, no en principios universales.
Religión: se ha extendido la creencia de que todas las religiones conducen a Dios, y que el evangelismo es una forma de intolerancia espiritual.
Medios de comunicación: series, películas y redes sociales normalizan estilos de vida que contravienen abiertamente la moral cristiana.
En palabras de Elena G. de White:
“Satanás está haciendo el mundo como fue antes del diluvio. La ley de Dios es invalidada. La iniquidad abunda. Las personas siguen los dictados de su propio corazón pecaminoso” (White, Testimonios para la Iglesia, t. 4, p. 496).
El fundamento moral de los cristianos: la Ley de Dios
Frente a este panorama, la Biblia ofrece una base sólida y eterna: la Ley de Dios. Esta Ley es la expresión del carácter divino y el estándar por el cual se juzgarán todas las acciones humanas.
“Porque este es el amor a Dios, que guardemos sus mandamientos; y sus mandamientos no son gravosos” (1 Juan 5:3).
“La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma” (Salmo 19:7).
Como adventistas del séptimo día, creemos que la obediencia a la Ley no es un medio para ganar la salvación, sino una respuesta de amor a la gracia de Cristo. La Ley es el espejo que revela el pecado (Romanos 3:20) y nos conduce a la cruz. El evangelio no anula la Ley, sino que la confirma (Romanos 3:31).
El cuarto mandamiento, en particular, nos recuerda que Dios es el Creador y dueño del tiempo, lo cual tiene implicaciones éticas y ecológicas profundas. En un mundo que vive sin límites ni reposo, el sábado sigue siendo una señal de lealtad al Creador (Éxodo 20:8-11; Apocalipsis 14:7).
El mensaje profético ante el relativismo
Apocalipsis 14 presenta el mensaje de los tres ángeles, una proclamación global que contrasta directamente con el relativismo moral del tiempo del fin:
Temed a Dios y dadle gloria: en un mundo que exalta al ser humano como fuente de autoridad moral, este llamado exige volver a Dios como juez y soberano.
Adorad al Creador: en contraposición al materialismo y la idolatría moderna, se llama a reconocer el señorío de Dios sobre la vida.
La caída de Babilonia: representa el colapso de los sistemas religiosos y morales que han sustituido la verdad por tradiciones humanas.
Advertencia contra la marca de la bestia: es un llamado a no someterse a principios contrarios a la Ley de Dios, aun si son promovidos por la mayoría.
El pueblo remanente se caracteriza por guardar los mandamientos de Dios y tener la fe de Jesús (Apocalipsis 14:12). En medio de un mundo sin norte, esta comunidad es llamada a ser testigo de la verdad con fidelidad y amor.
Tres trincheras contra el relativismo
Para enfrentar eficazmente la influencia del relativismo, es necesario fortalecer tres pilares fundamentales:
a. La familia
En la lucha contra el relativismo moral, la familia ocupa un lugar central e insustituible. Aunque las instituciones educativas y eclesiásticas cumplen un rol fundamental, el hogar es el primer y más poderoso centro de formación moral y espiritual. Es en la intimidad de la vida familiar donde se forjan los principios que moldean la conciencia, el carácter y la manera de ver el mundo. La Escritura lo afirma con claridad:
“Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor” (Efesios 6:4).
La formación moral no puede delegarse por completo a las escuelas, por más adventistas que sean. Dios ha conferido a los padres la responsabilidad primaria de educar a sus hijos en los caminos del bien, en la obediencia a su Palabra y en el temor reverente hacia Él. Esto implica mucho más que enseñar normas de conducta; significa modelar una vida de fidelidad, oración, estudio bíblico y comunión constante con Cristo.
Elena G. de White resalta esta verdad al decir:
“La obra de la educación y la instrucción empieza en la familia… El hogar debe ser una escuela donde los niños sean preparados para la vida eterna” (La educación, p. 33).
En este sentido, el culto familiar, el estudio diario de las Escrituras, la oración en común, y el diálogo respetuoso entre padres e hijos son herramientas esenciales para contrarrestar las influencias del mundo y sembrar valores firmes. En tiempos en que los medios de comunicación, las redes sociales y la cultura popular bombardean a los niños y jóvenes con mensajes contrarios a la verdad, el hogar debe ser un refugio espiritual, un espacio donde reine el amor, la corrección con ternura, la disciplina con propósito, y la verdad como fundamento.
Lamentablemente, hoy muchos hogares adventistas han descuidado este llamado. Se ha perdido la práctica del culto familiar, y los padres, por diversas razones, han cedido a las pantallas y a los sistemas educativos seculares la formación de sus hijos. Pero el enemigo no descansa. Como lo advirtió White:
“Satanás está haciendo esfuerzos decididos para tomar control de los hogares, porque sabe que, si logra destruir el fundamento moral de la familia, ganará el control de la sociedad y de la iglesia” (Hogar Cristiano, p. 135).
Por tanto, la restauración del altar familiar es urgente. El futuro espiritual de la iglesia y de la sociedad dependerá, en gran medida, de lo que ocurre diariamente entre las paredes del hogar. Padres consagrados, coherentes y fervientes en la fe son la primera línea de defensa contra la apostasía y el relativismo.
b. La educación adventista
El sistema educativo adventista fue concebido con una misión profética: preparar no solo profesionales competentes, sino ciudadanos del Reino de Dios, comprometidos con la verdad, con una cosmovisión bíblica clara, y capaces de vivir con integridad en un mundo dominado por el relativismo moral. Este propósito no es opcional, ni secundario, ni decorativo; es el corazón de la educación adventista. Sin embargo, en la práctica actual, esta misión está siendo desafiada por influencias externas y, lamentablemente, también por tendencias internas que han comenzado a desdibujar los pilares espirituales que le dieron origen.
Según Elena G. de White, “La verdadera educación significa más que la prosecución de un determinado curso de estudios. Es más amplia. Abarca todo el ser—el cuerpo, la mente y el alma. Y enseña el servicio en esta vida y la alegría del servicio más amplio en el mundo venidero” (La educación, p. 13). Esta afirmación revela que el objetivo de nuestras escuelas no se limita a preparar a los jóvenes para competir en el mercado laboral, sino que apunta a la restauración de la imagen de Dios en el ser humano.
No obstante, Elena de White también advirtió sobre un fenómeno que ha comenzado a manifestarse en diversos contextos: la apostasía dentro del sistema educativo adventista. Ella escribió con preocupación:
“Muchos de los que están hoy en nuestras instituciones educativas no tienen idea de cuál es el propósito de Dios al establecer nuestras escuelas. Si se permite que los planes e ideas de hombres no consagrados moldeen el sistema educativo, este se volverá como el del mundo, y no habrá diferencia entre los jóvenes educados en nuestras escuelas y los del mundo” (Consejos para los maestros, padres y alumnos, p. 49).
Este es un mensaje directo: si las escuelas adventistas adoptan los modelos del sistema secular, si se enfocan únicamente en acreditaciones, prestigio académico o competencias técnicas sin formación espiritual sólida, entonces pierden su distinción profética. Se convierten en instituciones que pueden llevar el nombre de adventistas, pero que no reflejan el carácter ni el propósito de Cristo.
En otro texto igualmente contundente, White señala:
“En nuestras escuelas, si no se hace de la Biblia el fundamento de toda enseñanza, se introduce la apostasía. La Palabra de Dios debe ser el centro de toda instrucción impartida” (Consejos sobre la obra de la escuela sabática, p. 65).
Esto implica que la Biblia no puede ser un suplemento opcional en el currículo. No basta con abrirla en el devocional matutino o incluir una clase semanal de religión. Debe ser el eje de toda enseñanza, el principio que guíe cada asignatura, cada filosofía educativa, cada relación docente-estudiante. Cuando la educación pierde de vista este centro, comienza a caminar el sendero de la apostasía, aun sin percibirlo.
La influencia del secularismo en la educación adventista ha sido motivo de especial preocupación para Elena G. de White. Ella declara:
“La educación que se imparte hoy en muchos de nuestros colegios no está en armonía con el mensaje que Dios ha dado a su pueblo. Está siendo moldeada por el mundo y no por el cielo. Esto es apostasía” (Fundamentals of Christian Education, p. 535).
No se trata simplemente de errores aislados, sino de una estructura educativa que comienza a imitar al mundo en métodos, contenidos, ambiente y visión de éxito. Las instituciones comienzan a perder su identidad espiritual, y en su intento por ser “aceptadas” o “relevantes”, abandonan la verdad presente y el mensaje profético. Este fenómeno se ha infiltrado de manera sutil, muchas veces disfrazado de “modernización” o “adaptación pedagógica”.
Incluso el rol del maestro adventista ha sido objeto de advertencia. White escribe:
“El maestro que no representa a Cristo en su vida y enseñanzas está llevando a los jóvenes por un camino de apostasía. La influencia que ejerce es peligrosa para la causa de Dios” (Consejos para los maestros, padres y alumnos, p. 83).
El maestro, por tanto, no es solo un transmisor de conocimientos académicos, sino un formador espiritual, un guía moral y un ejemplo viviente del mensaje que predica. Si sus prioridades, su estilo de vida o su visión educativa están desconectados de Cristo y de la misión profética de la Iglesia, su enseñanza puede convertirse en un agente de desvío para las nuevas generaciones.
En otro pasaje, Elena de White profundiza aún más el peligro:
“Satanás obra con poder para que nuestras escuelas abandonen los principios divinos. Si los administradores y maestros no están en vigilancia constante y oración ferviente, la apostasía entrará disfrazada y encontrará morada” (La Educación Cristiana, p. 50).
Aquí se revela la estrategia del enemigo: introducir cambios graduales, imperceptibles, pero corrosivos, que desvíen a nuestras instituciones de su propósito original. Por ello, la vigilancia espiritual debe ser constante. No se trata de rechazar todo avance académico, sino de filtrar cuidadosamente cada decisión a la luz de la Palabra y el Espíritu de Profecía.
La educación adventista debe representar una trinchera de resistencia frente al secularismo, el humanismo y el relativismo. No puede ceder su esencia para parecer más atractiva o moderna. Debe ser fiel a su vocación profética, formando jóvenes que vivan con fidelidad en medio de una generación sin principios.
En tiempos de crisis moral global, nuestras escuelas no deben ser réplicas del sistema educativo del mundo, sino centros de luz, formación espiritual y restauración del carácter a la semejanza de Cristo. La fidelidad a este llamado definirá, en gran medida, si nuestras instituciones educativas serán parte del remanente fiel o si se unirán a la apostasía final que precederá el regreso del Señor.
c. La iglesia
La iglesia debe ser un faro de verdad, no una institución que se acomoda al mundo. Predicar el mensaje profético, discipular con base bíblica y promover la santidad de vida son tareas urgentes. La unidad doctrinal no debe sacrificarse por el temor a parecer intolerantes.
Conclusión
El relativismo moral es una estrategia eficaz del enemigo para debilitar la conciencia, diluir la fe y preparar al mundo para el engaño final. Sin embargo, Dios siempre ha tenido un pueblo fiel que, como los jóvenes hebreos en Babilonia, se niega a contaminarse con los manjares del rey (Daniel 1:8).
Jesús dijo:
“Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Juan 17:17).
“Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:32).
La verdad de Dios no cambia. Es la roca sobre la cual podemos edificar nuestra vida. El remanente está llamado a proclamar esta verdad con valentía, a vivirla con integridad y a enseñar que el amor verdadero no tolera el error, sino que guía al arrepentimiento y a la vida eterna.
Fuentes bibliográficas
MacIntyre, A. (1981). After Virtue. University of Notre Dame Press.
Rorty, R. (1989). Contingency, Irony, and Solidarity. Cambridge University Press.
Foucault, M. (1975). Discipline and Punish: The Birth of the Prison. Vintage Books.
Schaeffer, F. (1976). How Should We Then Live?. Crossway Books.
White, E. G. (1903). La educación. Mountain View, CA: Pacific Press Publishing Association.
White, E. G. (1881–1909). Testimonios para la Iglesia, Tomo 4. Pacific Press Publishing Association.
White, E. G. (1911). El Conflicto de los Siglos. Mountain View, CA: Pacific Press Publishing Association.
La Santa Biblia, Reina-Valera 1960.
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