Señales en el Mundo y la Sociedad: La inmoralidad parte I
La moralidad, fundamento de la vida social y espiritual, enfrenta una crisis en el siglo XXI marcada por el auge del relativismo moral. Este fenómeno promueve la idea de que cada individuo define su propia ética, desafiando principios bíblicos y tradiciones religiosas como las de la Iglesia Adventista. La violencia, la hipersexualización y la pérdida de valores reflejan esta decadencia. El llamado es claro: reafirmar los principios divinos frente a una cultura que desvaloriza la verdad y la santidad.
Ernesto Guzmán
5/8/202416 min read


La moralidad, en su sentido más profundo, puede entenderse como el conjunto de principios que regulan el comportamiento humano dentro de una sociedad. Estos principios no solo guían la conducta individual, sino que también influyen en la estructura de las relaciones interpersonales, familiares y comunitarias. A lo largo de la historia, las normas morales han estado basadas en valores fundamentales como la honestidad, el respeto, la justicia, la responsabilidad y el amor al prójimo. Sin embargo, en las últimas décadas hemos sido testigos de un notable declive en la moralidad global, fenómeno que se manifiesta en diversos aspectos de la vida social. Este declive es particularmente evidente en el aumento de la violencia, el debilitamiento de las estructuras familiares, la hipersexualización, el relativismo moral y el creciente deterioro del respeto por la vida y la dignidad humana. Este fenómeno no solo se refleja en las estadísticas sociales y culturales, sino que también encuentra eco en las enseñanzas bíblicas y en los escritos de Elena G. de White, quienes nos advierten sobre los efectos devastadores del alejamiento de los principios morales divinos.
La Moralidad y el Relativismo en el Siglo XXI
La moralidad, entendida como el conjunto de principios que rigen el comportamiento humano, ha sido durante mucho tiempo la base sobre la cual las sociedades han establecido sus normas éticas y jurídicas. Sin embargo, en las últimas décadas ha cobrado relevancia un fenómeno: el relativismo moral. Este concepto sostiene que no existen principios éticos universales aplicables a todas las personas o culturas, sino que cada individuo o grupo tiene la libertad de definir su propia moralidad. Este enfoque ha ganado terreno especialmente entre las nuevas generaciones, impulsado por la globalización y el avance tecnológico, que han permitido el acceso a diversas perspectivas y visiones del mundo.
Según el Barómetro de Valores Mundiales (World Values Survey, 2023), se ha observado un cambio drástico en la percepción de la moralidad en diversas regiones del mundo. La mayoría de los jóvenes creen que las normas morales son flexibles y que cada individuo tiene el derecho de definir su propio código ético. Este cambio ha llevado a la normalización de comportamientos que antes se consideraban inaceptables en muchas culturas. El relativismo moral no solo ha desafiado la autoridad de las tradiciones religiosas, sino que también ha desencadenado una serie de transformaciones significativas en la forma en que las personas perciben la moralidad y la ética dentro de sus comunidades de fe.
Tradicionalmente, las iglesias, incluidas las protestantes y, en particular, la Iglesia Adventista, han sido guardianas de principios éticos absolutos basados en las enseñanzas bíblicas. Estos principios han servido como guía para la conducta personal y social, promoviendo una vida de obediencia a los mandamientos divinos y el respeto por valores fundamentales del cristianismo, como la justicia, la misericordia y la santidad. Sin embargo, con el ascenso del relativismo moral, ha surgido un desafío directo a la autoridad de estas tradiciones religiosas. El relativismo sostiene que no existen normas morales universales y absolutas; cada individuo es libre de determinar lo que considera moralmente correcto según su juicio y contexto personal. Esta perspectiva ha permeado muchos aspectos de la vida moderna, incluidas las creencias y prácticas dentro de las comunidades religiosas.
La idea de que cada persona puede tener su propia interpretación de la moralidad ha generado tensiones dentro de la Iglesia Adventista, donde los principios bíblicos y las enseñanzas tradicionales han sido la base sobre la cual se ha edificado la fe. Dentro de la iglesia, el relativismo moral ha comenzado a desafiar especialmente las enseñanzas fundamentales sobre la autoridad de las Escrituras y la necesidad de adherirse a principios morales universales. Muchos jóvenes han sido influenciados por las ideas prevalentes en la sociedad sobre la libertad individual y la interpretación personal de la moralidad, lo que ha generado debates sobre temas como el matrimonio, la sexualidad, el uso de los medios de comunicación y la ética del trabajo. La idea de que "cada quien puede definir su propia moralidad" ha llevado a algunos a cuestionar las normas tradicionales, incluso dentro de la iglesia, y a proponer una interpretación más flexible de las enseñanzas bíblicas.
Por ejemplo, en temas como el matrimonio entre personas del mismo sexo o el consumo de sustancias, algunos miembros de la Iglesia Adventista se sienten desafiados por el relativismo moral, que promueve la aceptación sin juicio, basado en la creencia de que las normas morales deben adaptarse a las circunstancias personales y culturales. Este enfoque choca con la postura tradicional de la Iglesia, que sostiene que la moralidad está claramente definida por los principios divinos establecidos en las Escrituras.
El relativismo también ha generado una creciente desacralización de los principios de pureza y santidad que la iglesia ha defendido por mucho tiempo. Los movimientos que promueven una moralidad flexible han influido especialmente en las nuevas generaciones, quienes a menudo argumentan que las enseñanzas tradicionales son rígidas y desconectadas de la realidad contemporánea. Este desafío se ha manifestado en discusiones sobre el uso de la tecnología, el entretenimiento y la vestimenta, donde muchos se sienten atraídos por un enfoque más liberal y personal de la moralidad.
Este fenómeno no es exclusivo de la Iglesia Adventista, pero la comunidad religiosa ha tenido que enfrentar la creciente tensión entre su compromiso con los valores bíblicos y la influencia de una cultura que fomenta la independencia moral y la relatividad de los principios. La iglesia se encuentra, por tanto, en una encrucijada: por un lado, está llamada a mantenerse fiel a las enseñanzas de la Biblia y a los principios que ha sostenido durante generaciones, mientras que, por otro lado, debe responder a los desafíos de una sociedad que promueve una moralidad más flexible y pluralista.
El relativismo moral ha penetrado muchos aspectos de la vida religiosa y ha generado la urgente necesidad de reforzar la enseñanza bíblica sobre la moralidad objetiva y los principios absolutos. Para la Iglesia Adventista, esto significa un llamado a reafirmar la autoridad de las Escrituras y la importancia de vivir según los principios divinos, sin ceder a la presión de una cultura que valora la autonomía individual sobre las normas tradicionales. En este contexto, la iglesia tiene la responsabilidad de guiar a sus miembros, especialmente a los más jóvenes, hacia una comprensión profunda de la moralidad según las Escrituras, promoviendo una fe que no sea subjetiva ni relativista, sino firme en los principios de justicia, santidad y verdad que Dios ha establecido para la humanidad.
Así, el relativismo moral no solo ha desafiado la autoridad de las tradiciones religiosas, sino que también ha iniciado un proceso de transformación dentro de las mismas comunidades de fe, planteando la cuestión de cómo las iglesias deben adaptarse sin comprometer los valores que han definido su identidad y misión en el mundo. En última instancia, el reto para la Iglesia Adventista, y otras comunidades de fe, es mantenerse firme en su compromiso con los principios divinos, mientras navegan por las tensiones generadas por una sociedad que valora la autonomía personal por encima de los valores tradicionales.
Elena G. de White también aborda esta problemática en sus escritos, advirtiendo sobre los peligros del relativismo y la pérdida de principios absolutos. En El Conflicto de los Siglos, ella expresa: “La indiferencia y la relatividad moral de la humanidad hacia la justicia y la verdad son señales del fin. El egoísmo y el pecado alcanzan su punto culminante en la pérdida de los valores eternos” (White, 1911, p. 426). Este cambio en la moralidad, de acuerdo con White, es uno de los primeros indicios de los últimos tiempos, cuando los hombres y mujeres de la sociedad se alejan de la luz divina y se entregan a la confusión y la oscuridad moral.
Manifestaciones de la Inmoralidad en la Sociedad Contemporánea
En la actualidad, la inmoralidad se manifiesta de diversas formas, muchas de las cuales son profundamente alarmantes. La inmoralidad, desde una perspectiva bíblica, se asocia con el pecado, que es cualquier acción, pensamiento o actitud que va en contra de la voluntad de Dios. Según la Biblia, la inmoralidad está vinculada a comportamientos tales como la injusticia, la corrupción, la violencia, la perversión sexual, la idolatría y la falta de amor al prójimo. Estos pecados no solo destruyen la vida individual de quienes los practican, sino que también afectan profundamente a las sociedades, generando desintegración social y caos.
La Violencia
La violencia en la sociedad moderna es un claro reflejo de la inmoralidad creciente y el debilitamiento de los principios éticos fundamentales. Según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC, 2023), la tasa global de homicidios ha aumentado más del 10% desde el año 2000. En América Latina, que representa aproximadamente el 37% de los homicidios a nivel mundial, esta cifra destaca aún más. Este aumento en la violencia no solo refleja un desorden social, sino también una crisis moral profunda, donde la falta de valores éticos y el deterioro de las instituciones encargadas de garantizar el bienestar social se hacen más evidentes.
La violencia, según la perspectiva bíblica, es un resultado directo del pecado y el alejamiento de los principios divinos. En Génesis 6:11-13 (RVR1960), se describe cómo la tierra estaba "corrompida delante de Dios, y llena de violencia". Este pasaje nos muestra cómo, en tiempos de corrupción y pecado, la violencia se convierte en una manifestación visible del desorden moral de la humanidad. La violencia en la sociedad moderna puede verse como un reflejo de esta condición espiritual: cuando los principios morales son ignorados, las consecuencias son el aumento de la violencia y la injusticia.
Elena G. de White también habla sobre la relación entre la inmoralidad y la violencia en sus escritos. En El Conflicto de los Siglos, ella dice: "La violencia y el crimen son las expresiones más evidentes de una sociedad que ha abandonado los principios morales y éticos" (White, 1911, p. 122). White subraya que el egoísmo y la falta de amor al prójimo son las raíces profundas de la violencia. Al perder el respeto por los demás, los seres humanos se ven impulsados a recurrir a la violencia como una forma de resolver conflictos o satisfacer deseos egoístas.
En 1 Juan 3:15 (RVR1960), la Biblia enseña que "todo aquel que aborrece a su hermano es homicida", lo cual establece una conexión directa entre el odio y la violencia. Este versículo resalta cómo las actitudes de desamor, rechazo e indiferencia hacia los demás pueden llevar a la manifestación de la violencia, no solo de manera física, sino también en el pensamiento y la actitud hacia los demás. La violencia es, por lo tanto, una consecuencia del endurecimiento del corazón y la falta de compasión.
En un plano más global, las estadísticas muestran que los países con altos índices de violencia también son aquellos en los que los valores de paz, respeto y compasión han sido erosionados. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2023), las tasas de homicidios, violencia de género y otras formas de agresión están directamente correlacionadas con la falta de educación ética, la desigualdad social y la desintegración de los valores fundamentales que deben regir una sociedad.
Desde la perspectiva adventista, el aumento de la violencia es una señal del alejamiento de la humanidad de los principios de Dios. La Biblia nos recuerda, en Proverbios 14:34 (RVR1960), que "la justicia enaltece a la nación; mas el pecado es afrenta de las naciones". Este versículo refuerza la idea de que el pecado y la inmoralidad conducen a la descomposición social y la violencia, mientras que la justicia y la adherencia a los principios divinos son los cimientos sobre los que se puede edificar una sociedad pacífica.
Por lo tanto, la violencia no solo es un desafío social, sino también un reflejo del colapso moral. La iglesia, especialmente la Iglesia Adventista, tiene la responsabilidad de enseñar y vivir conforme a los principios que promueven la paz, la justicia y el amor al prójimo, como un medio para contrarrestar la violencia que se manifiesta en tantas formas en la sociedad moderna. Es un llamado a regresar a los valores divinos que promueven la unidad, la compasión y la paz, a fin de restaurar el orden y el bienestar en el mundo.
Perversión sexual
La hipersexualización de los individuos, especialmente en los jóvenes, es uno de los fenómenos más preocupantes que enfrenta la sociedad moderna. Los medios de comunicación, la industria del entretenimiento y las redes sociales han jugado un papel crucial en la normalización de la sexualidad de manera desenfrenada. Esta tendencia, que ha alcanzado niveles alarmantes, ha llevado a una transformación en la forma en que los jóvenes perciben las relaciones sexuales, el respeto mutuo y el valor del cuerpo humano. En un mundo donde las imágenes y los mensajes sexuales están presentes en casi todos los aspectos de la vida cotidiana, la idea de la pureza y el respeto por el cuerpo parece cada vez más desfasada, reemplazada por una cultura que explota la sexualidad con fines comerciales y de entretenimiento.
El informe de Internet Watch Foundation (2023) revela que el consumo de contenido pornográfico ha aumentado en un 30% en los últimos cinco años. Este dato es particularmente alarmante cuando se considera que los menores de edad son ahora los principales consumidores de este tipo de material. La accesibilidad a la pornografía en línea, sumada a la prevalencia de las redes sociales y los medios de comunicación, ha permitido que los jóvenes tengan acceso a contenidos que distorsionan la percepción de la sexualidad y las relaciones interpersonales. La sexualización constante de los cuerpos y el uso de la imagen para atraer la atención o vender productos ha contribuido a la cosificación del ser humano, reduciendo a las personas a meros objetos de deseo. Esta cosificación no solo afecta la manera en que las personas ven a los demás, sino que también distorsiona su propio sentido de valor y dignidad.
El impacto de esta hipersexualización es devastador. Para los jóvenes, la influencia de los medios y las redes sociales puede crear expectativas poco realistas sobre las relaciones sexuales, llevando a una visión distorsionada sobre el consentimiento, el respeto mutuo y la intimidad. La pornografía, que en muchos casos se presenta como una forma “normal” de explorar la sexualidad, promueve una visión de la sexualidad que está desprovista de amor, respeto y compromiso. En lugar de relaciones de confianza y cariño, los jóvenes pueden llegar a ver el sexo como una forma de obtener placer sin responsabilidad, lo que contribuye al debilitamiento de los lazos emocionales y afectivos en las relaciones de pareja.
La Biblia ofrece una visión clara sobre la pureza sexual y el respeto hacia el cuerpo humano, lo cual está directamente relacionado con la problemática de la hipersexualización. En 1 Tesalonicenses 4:3-5 (RVR1960), el apóstol Pablo nos dice: “Pues la voluntad de Dios es vuestra santificación; que os apartéis de la fornicación; que cada uno de vosotros sepa tener su propia esposa en santidad y honor; no con pasión de concupiscencia, como los gentiles que no conocen a Dios”. Este versículo refleja el llamado divino a vivir en santidad, apartados de las pasiones desenfrenadas que dominan a la sociedad. La enseñanza bíblica no solo invita a mantener la pureza sexual, sino que también nos insta a tratar el cuerpo con respeto, reconociéndolo como templo del Espíritu Santo, como se expresa en 1 Corintios 6:19-20 (RVR1960): “¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.”
La perspectiva bíblica, y particularmente la visión de Elena G. de White, es aún más profunda cuando se aborda el tema de la inmoralidad sexual. En sus escritos, Elena G. de White advirtió sobre los peligros del libertinaje y la inmoralidad sexual, considerándolos como herramientas del enemigo para destruir la pureza y la santidad humana. En El Conflicto de los Siglos (1911), ella escribe: “El libertinaje y la degradación moral han alcanzado niveles alarmantes. La inmoralidad abunda, y la influencia del enemigo ha llevado a que las pasiones descontroladas sean vistas como algo normal y aceptable” (White, 1911, p. 593). Este pasaje refleja cómo la cultura de la inmoralidad sexual está diseñada para socavar los principios de santidad y pureza que deben caracterizar la vida de los creyentes. Según White, el enemigo utiliza la distorsión de la sexualidad como una de sus estrategias más eficaces para alejar a las personas de la voluntad de Dios.
En su libro Consejos para los padres, los maestros y los estudiantes (1890), Elena G. de White también aborda la cuestión de la influencia destructiva de los medios y las redes sociales en la moralidad de los jóvenes. Ella advierte que, si bien el mundo moderno presenta muchas distracciones, los creyentes deben permanecer firmes en su compromiso con la pureza y la santidad, protegiendo sus mentes y corazones de las corrupciones externas. “El mundo está lleno de tentaciones, y la inmoralidad se presenta en una forma tan atractiva que es fácil ser seducido. Pero el llamado de Dios es claro: ‘Sed santos, porque yo soy santo’” (White, 1890, p. 125). Este consejo sigue siendo relevante hoy en día, cuando las influencias externas continúan moldeando la moralidad de las generaciones más jóvenes, particularmente a través de la hipersexualización promovida por los medios de comunicación.
Además de las enseñanzas bíblicas, Elena G. de White también enfatiza la necesidad de proteger la mente de los jóvenes de las influencias corruptas de la cultura moderna. En La educación (1903), ella subraya que “el Espíritu de Dios puede renovar la mente y el corazón, pero los jóvenes deben estar dispuestos a rehusar las influencias destructivas y a llenarse de los pensamientos puros y de la sabiduría divina” (White, 1903, p. 148). Aquí, White aboga por una educación que promueva la pureza, no solo en los actos, sino también en los pensamientos, reconociendo que la mente es el campo donde se libran las batallas más cruciales en cuanto a la moralidad.
La hipersexualización también está estrechamente relacionada con la crisis de identidad que afecta a muchos jóvenes en la actualidad. En una sociedad donde se valoran las imágenes por encima del carácter y donde la sexualidad se ha convertido en un mercado, la verdadera identidad de los jóvenes, formada en su relación con Dios y en su carácter cristiano, se ve amenazada. La cosificación de los cuerpos humanos y la objetivación de las personas, especialmente las mujeres, reducen su valor a un simple objeto de deseo, en lugar de reconocer su dignidad como criaturas hechas a la imagen de Dios.
La perspectiva adventista sobre este tema es clara: la santidad, la pureza y el respeto por el cuerpo humano son esenciales para vivir una vida conforme a la voluntad de Dios. En Romanos 12:1-2 (RVR1960), la Biblia nos llama a no conformarnos con este mundo, sino a ser transformados por la renovación de nuestra mente. Este principio es fundamental en la lucha contra la hipersexualización y la inmoralidad que hoy día afecta a tantas personas, especialmente a los jóvenes.
La hipersexualización de la sociedad no solo afecta la moralidad y el respeto por el cuerpo humano, sino que también está estrechamente vinculada con un aumento alarmante en las enfermedades de transmisión sexual (ETS). A medida que la sexualidad se ha normalizado y promovido sin restricciones, la conciencia sobre las consecuencias de los comportamientos sexuales irresponsables ha disminuido, lo que ha dado lugar a un aumento en los casos de enfermedades sexuales. Las ETS son una de las principales consecuencias de la promiscuidad sexual, y su prevalencia ha crecido significativamente en las últimas décadas, lo que subraya aún más la necesidad de restaurar los principios de pureza y santidad.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2023), se estima que cada día, más de un millón de personas contraen una infección de transmisión sexual, lo que incluye enfermedades como la clamidia, la gonorrea, la sífilis, el herpes genital y el VIH/SIDA. La misma fuente señala que, en 2020, hubo aproximadamente 374 millones de nuevas infecciones por cuatro ETS curables: clamidia, gonorrea, sífilis y tricomoniasis. Estas cifras reflejan una crisis de salud pública relacionada directamente con el comportamiento sexual irresponsable y el desconocimiento de las consecuencias de estas acciones.
Además de las infecciones bacterianas y virales, la hipersexualización de la sociedad contribuye a la propagación del VIH/SIDA, que sigue siendo una de las enfermedades más devastadoras a nivel mundial. Según el Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH/SIDA (ONUSIDA, 2022), aproximadamente 38 millones de personas en el mundo viven con VIH, y más de 1,7 millones de nuevas infecciones se producen cada año. La falta de educación sexual adecuada y la disminución de las restricciones sociales en torno al comportamiento sexual han contribuido significativamente a esta pandemia, especialmente entre los jóvenes.
Elena G. de White también aborda los efectos destructivos de una vida sexual inmoral en sus escritos, destacando cómo las prácticas inmorales no solo afectan al individuo, sino también a las comunidades. En La educación (1903), White expresa: "La degradación moral trae consigo una serie de consecuencias físicas y espirituales, las cuales afectan no solo al individuo, sino a la sociedad en general" (White, 1903, p. 145). Ella advierte que el alejamiento de los principios divinos relacionados con la pureza sexual no solo destruye la santidad personal, sino que también genera un ambiente de caos y sufrimiento en la sociedad, visible en el aumento de las enfermedades y el sufrimiento físico y emocional.
La relación entre la hipersexualización y el aumento de las enfermedades de transmisión sexual demuestra la urgente necesidad de un cambio en los valores sociales y en la educación sobre la sexualidad. En lugar de promover una visión distorsionada y descontrolada de la sexualidad, es necesario enseñar la importancia de las relaciones sexuales responsables y respetuosas, que reconozcan el valor del cuerpo humano y las consecuencias de las conductas de riesgo. La Biblia, al igual que los escritos de Elena G. de White, nos llaman a un camino de santidad, respeto y amor al prójimo, principios que pueden ayudar a reducir la propagación de estas enfermedades y restaurar una visión saludable de la sexualidad.
Además de las ETS, la hipersexualización también está vinculada con el aumento de problemas psicológicos, como la ansiedad, la depresión y los trastornos de la conducta alimentaria, particularmente entre las mujeres jóvenes. La presión constante de cumplir con los ideales de belleza sexualizada promovidos por los medios de comunicación contribuye a la inseguridad, el miedo y la sensación de no estar a la altura de las expectativas sociales. Esto crea un ciclo de daño emocional que puede tener consecuencias a largo plazo en la salud mental de las personas.
Por tanto, la hipersexualización no solo afecta la moralidad y el respeto por el cuerpo, sino que también genera graves consecuencias físicas y emocionales. Las enfermedades de transmisión sexual y otros problemas de salud mental son solo algunos de los efectos destructivos de una sociedad que ha dejado de valorar la pureza y la santidad, principios que están en el corazón de las enseñanzas bíblicas y los escritos de Elena G. de White. La restauración de la moralidad, la educación adecuada sobre la sexualidad y el respeto por el cuerpo humano son esenciales para reducir estos daños y promover una sociedad más saludable y ética.
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